domingo, 31 de agosto de 2008

domingo, 24 de agosto de 2008

Mate amargo

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Al ver la sección "antecedentes" en el papel, primero dudé; luego, al percibir lo absurdo de ocultar dicho prontuario, lo conté. Ahora, a consecuencia de ello, me encontraba esperando hacia más de una hora en la estación de policía porque al Cabo I la historia le pareció rara, más allá del hecho mismo de que alguien fuera tan boludo como para llenar esa sección por motus propio.

Al entregar los papeles, Gómez frunció el ceño y me dijo que iba a tener que esperar. Cómo no, pensé. Y en seguida, soy un pelotudo. Pero, ¿y si saltaba y yo no lo había puesto? Absurdo. ¿Y si ahora mismo me detienen por estar escribiendo un cuaderno en la mesa de entradas de una comisaría? No tan absurdo, después de todo…


Lo cierto es que, antecedentes, tenía. El prontuario y la historia que aquí se detallan quedan a consideración del imaginario lector, y del Cabo I Gómez, claro.


Fue allá por el '89. Andaba falto de laburo y por eso acepté la paga que indicaba contar las historias de las viejas farmacias en pueblos de la provincia de Buenos Aires. Aparentemente, existía un tal Morens, editor de un suplemento cultural, a quién el tema le parecía vendible. Mierda, pura mierda, pensé yo. Pero qué va, lo necesitaba. Así, luego de recorrer un par de pueblos llenos de nada y de entrevistar a boticarios sin anécdotas que contar, me hallaba ya emprendiendo el camino de vuelta a la capital cuando la noche obligó la parada en Ingeniero Rapetti, un caserío de no más de un par de manzanas, unos cuantos perros flacos, y polvo, mucho polvo.


Al caer la tarde enfilé para el bar y pedí un trago. ¿Qué que deseaba?, inquirió la señora del mostrador. Whisky, respondí. No tenemos, la última botella venían de terminarla Sosa y Larralde, Sargento y Sargento mayor, respectivamente, allí sentados, y señaló con el dedo. Asentí con la mirada y al ver que éstos inclinaban sus cabezas en forma de saludo, hice lo mismo. ¿Gin? Tampoco: hacía tiempo que el camión no pasaba. Usted dirá señora entonces… Mate, tenemos mate. ¿Mate? Pregunté, sorprendido. ¿No conoce? Replicó la patrona. Si claro, es que… Y ahí sentenció: es la especialidad de la casa.


Frente a tal afirmación, no pude sino asentir, rendido, y sentarme a esperar unos amargos.

Al cabo de unos minutos, apareció Doña María con la pava y demás utensilios. Caminó lento hacia mí y al apoyarlo todo sobre la mesa se quedó parada al lado. La miré y me dijo: Pruebe mi'jo, pruebe nomás. Atónito, probé.


Mi mueca, imposible de disimular, fue la condena. Jamás en mi vida había probado un mate tan espantoso: tuve que contenerme varias veces las arcadas que acudían en catarata por mi garganta. La señora, estupefacta al reconocer lo evidente, miró al Sargento y al Sargento mayor y éstos enseguida se pararon y vinieron hacía mí. ¿Qué pasa hombre? ¿No le gusta nuestro mate? No podía creer lo que estaba sucediendo, mas atiné a responder: si, si, es solo qué… La patrona se echó a llorar y ahí nomás, Sosa y Larralde se me vinieron encima. Esta la cuento y no me la creen, pensaba por dentro… ¿Le parece a usted hacer llorar a la patrona? ¿Cómo? Si, lo que oyó: esa yerba la cultivan sus hermanas en Misiones, desde hace años… Generaciones de honestos labriegos para que usted venga y…


Lo que siguió me es difícil de contar, por lo que me limito a los hechos: convencidos de que pasaba por ahí para despreciar los productos del terruño y herir así como así a sus gentes, me llevaron esposado a la comisaría y me abrieron expediente por injuria a la tradición criolla, falta de respeto a las costumbres locales y arrogancia desmedida.


He aquí mi prontuario. Gómez apareció a la media hora y, con desgano y con gesto cómo de quién no quiere pero qué no se puede hacer otra cosa, me entregó sin más mi certificado de cambio de domicilio…


Martín Suaya

viernes, 15 de agosto de 2008

La piel del nadador

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Leer en el colectivo me marea. Me distraigo, me hace doler la cabeza. Leo las cosas dos veces o salteo párrafos. Todo junto. Cuando levanto la vista para ver por qué grita el colectivero, tardo en enfocar. Cuando vuelvo al libro, tardo en enfocar. Cuando quiero ver para la calle, tardo en enfocar y cuando vuelvo a volver al libro otra vez no enfoco y me mareo. Por más que haga fuerza, no puedo evitar marearme.

Algo parecido me pasa cuando me pongo a pelar cebollas. Corto una punta, sujeto con el pulgar y el cuchillo y tiro arrancando un pedazo de piel. Hago lo mismo girando 180 grados la cebolla y tiro desde el otro extremo. Lo que queda adherido, esa pielcita translúcida, finita, entramada, la saco con la uña y ahí es cuando empiezo a llorar. Cierro lo ojos, respiro para otro lado, me seco sin usar las manos. No lo puedo evitar, tengo que cortar y picar la cebolla con los ojos llenos de lágrimas.

Los otros días iba leyendo el diario La Razón, en el 63, para el lado de Flores. Había una nota que comentaba lo de los nuevos trajes de baño que usan los nadadores, el traje que imita la piel del tiburón. Parece que la rugosidad de la tela forma una película de agua que viaja adherida al traje. De esta forma, se mejora el deslizamiento ya que el roce es entre dos capas de agua, una estática (la de la pileta) y la otra en movimiento (la que forma el traje del nadador). Notable.

La cosa es que mientras leía esa nota, como no podía ser de otra manera, empecé a marearme. Entonces, me puse a mirar para la calle. No estaba seguro por dónde íbamos, aunque podía ser detrás de la Chacarita. Cuando pude enfocar la vista, había un grafitti en una esquina que decía: “Luli, lo nuestro es cuestión de piel”. Para sacarme el mareo me puse a pensar y llegué a la conclusión que el que descubrió las ventajas de la piel de tiburón y las aplicó para los trajes de natación pudo ver más allá de lo obvio y, también, que la piel de la cebolla tiene esa cosa translúcida, finita, entramada que nos puede hacer llorar, pero, quizás, mirando a través de ella se pueda ver otra realidad.

Desde ese día no me mareo más cuando leo en el colectivo y tampoco lagrimeo cuando pelo cebollas.
Hilario González

miércoles, 13 de agosto de 2008

Subte D, Vico C

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Entre la multitud de tullidos mendicantes, vendelástimas y dejadores de objetos sobre la falda que se abren paso en el pogo quieto del vagón, uno hay que, de a poco, contra tu voluntad, comienza a arrancarte de la página.
"No dejarse alterar es cuestión de no entretenerse en nada. Ser inmutable es ver las cosas de golpe, sin fijar la mente en nada."

Parado delante de las puertas que permanecen cerradas, se presenta amable y se despacha a capella con un doblete de reguetón enganchado: "Donde comienzan las guerras" y "Filósofo". Es cierto que no le va pronunciar la "ll" como "i", pero es minucia de mañoso detenerse en eso, lector que querés mantener tu atención en las frases. "La cuestión esencial radica en no permitir que la mente se detenga en ninguna parte. Si no la sitúas en ninguna parte, estará en todas".

Este pibe de veintipocos, que agita las manos mientras baila apenas, rapea palabras con la emoción del que vio lo que cuenta. Su canto transmite su voz. Quizás hable de sí a través de otro, quién sabe. "Vemos a un niño con un arma perforando / todo el cuerpo de su padre / pues se cansó de tanto abuso / y salió en defensa de su madre."

Sin pedirlo se lleva el aplauso y, cuando volvés a tu lectura, él cambia de vagón para disipar la apatía de otros pasajeros.

Alejandro Güerri

lunes, 11 de agosto de 2008

Literatura subterránea

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Bajé la vista sin cerrar el libro, con un dedo índice como improvisado señalador.

Las hojitas estaban tiradas en el piso del vagón. Nadie les prestaba atención.

Acerqué una con la punta de la zapatilla y la leí. La levanté, la di vuelta y noté que continuaba en el reverso.

Firma, aclaración y fecha. Todo por el mismo precio.




Ahora Marcelo comparte las páginas de un libro de Roberto Bolaño.


Velas a Balzac

viernes, 8 de agosto de 2008

Andén

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Un papá se muere de cáncer y su hijo menor me cuenta lo jodido que eso es desde las páginas del libro que llevo conmigo. Se me ocurre esperar el tren a José León Suárez en el andén de Belgrano R. Lo juzgo buen momento para leer más sobre este dolor. Me siento en un banco que, luego de que cientos se subieran al tren con destino a Mitre, queda libre. El autor me envuelve en su drama y también otra cosa me envuelve; un ruido a pibes con celular. Ven el banco, el lugar libre en él, se sientan. La piba 1 dice: “Cuchá e’te tema, cuchá e’te tema”. Le alcanza los auriculares a la piba 2, que responde: “E’ má’ viejo que mi abuela, boluda”. El pibe 1 dice: “¿Qué so’? ¿La reina del... so’? Dejame sentar”. La piba 1 le responde: “Y, sentate, boludo, ¿qué queré’? ¿Que te agarre y te siente yo?”. El beso entre el libro y mis ojos se destroza. Me planteo ignorarlos, pero...

Piba 3: Ahora estamos saliendo. (Mirando a Pibe 2, quien la está abrazando.)
Piba 1: ¿De’de cuándo e’tán saliendo?
Piba 3: Y... hace dos meses ya. (Mirando a Pibe 2.)¿No?
Pibe 2: ...
Piba 1: (Emocionada) ¡AAAAAAAAAAGGGGGGHHHHHHHHH! ¡Cuchá e’te tema! (Saca los auriculares del celular y suena una canción.)
Piba 2: ‘Ta bueno, ese.
(Una mujer en el andén cierra su libro y se levanta del banco donde están los pibes.)

Nadia Hardy

jueves, 7 de agosto de 2008

Ómnibus

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El motor es una orquesta en un pozo,
hay un diálogo de cátedra, Dédalo
enhebraba caracoles con hormigas
y telas de araña, aprendió arquitectura
de un río. La calle
bacheada y mugrienta: la memoria
de otro mundo me devuelve:
EL ÍDOLO NOS PIDE
QUE NO LO OLVIDEMOS

Algo tengo que hacer en medio
de estos saltos y cambios de marcha.
Qué ruido de monedas
estos viajeros que desandan
los mismos paisajes
de un laberinto desapercibido.

¿Qué va a ser un mito el Minotauro?
Esas formas se dibujan más nítidas
en el ojo de la mente
que los leones flacos de este circo,
más durables que aquel puente oxidado.

Pensar que Ícaro cayó del cielo
delante de mis ojos:
.....................................las plumas
flotaban en las olas.
La tragedia de ser hijo de... mortal.
Hay un pasaje que lleva tu nombre:
te tocó ser el héroe
de la desobediencia y la caída.
En la próxima
me bajo.


Fernando Aíta

miércoles, 6 de agosto de 2008