miércoles, 19 de noviembre de 2008

El Interior S. A.

Serían las cinco cuando golpearon la puerta de mi despacho y dije “adelante”. Ante mí, un hombrecito de traje marrón antiguo y camisa amarilla, con un maletín que le colgaba de una mano. Estático en el marco de la puerta, se quedó esperando una invitación que demoré para obtener unas palabras aclaratorias de mi secretaria.
–Irene no va a atenderlo –dijo. –Salió antes por asunto de familia.
–¿Quién es usted, señor? –lo miré extrañado.
El hombrecito dio un paso que lo puso dentro de la oficina. Desplegó una sonrisa como quien abre un paraguas y pidió de tomar asiento. No pude decir que no.
–Katsúo Ioshimi me llamo. Represento a esta compañía.
Su mano flaca y sorprendentemente anciana me extendió una tarjeta. Era blanca y en el centro decía en azul “El Interior S.A.”. Levanté la vista del rectángulo de papel y me encontré con la misma sonrisa de antes.
–¿Qué se le ofrece?
Ioshimi se rió espasmódico, tapándose la boca con la mano, y en un segundo cobró el aspecto de una ratita.
–Aquí dentro –dijo golpeando el maletín con los nudillos. –Cosas muy importantes para usted.
Me di cuenta de que era otro vendedor de seguros. Cada tanto lograban filtrarse en la compañía, coimeaban a los de seguridad y una vez adentro, sabían cómo moverse hasta llegar a nosotros.
–Mire, le agradezco mucho pero por ahora no preciso…
Ioshimi se puso de pie y apoyó el maletín sobre mi escritorio.
–Abra –dijo. –Vea.
No pude negarme.
Levanté la tapa y una luz intensa, de un verde claro, iluminó mi despacho. No se veían el fondo ni las paredes del maletín abierto. No se veía el contorno de nada, en realidad. Al acercar mi mano para cerrarlo, sentí un fuego en la yema de los dedos y me retraje a tiempo.
–¿Qué es esto? –le dije a Ioshimi.
–Cosas muy importantes para usted –repitió con una risita.
–¿Qué cosas?
Mientras cerraba lentamente el maletín y la luz iba menguando, dijo:
–Cosas muy importantes, señor. Emociones nuevas.
Ioshimi se encaminó hacia la puerta. Noté que no levantaba los pies para desplazarse.
–¿Cuánto vale lo que tiene ahí?
Otra vez su risa corta, su carita de rata. Estiró recto el brazo con el maletín hacia mí.
–Es suyo –dijo.
Me adelanté para agarrarlo y agregó:
–A cambio debe darme emociones viejas, todo lo de dentro que ya no sirve.
–Pero ¿cómo?

No estoy seguro de lo que pasó después. La sensación fue que alguien o algo (una mano, tal vez) arrancaba de adentro mío cosas muertas. Desperté tirado en el piso de mi despacho, completamente solo, con un bienestar que hacía años no experimentaba. Enseguida sentí una punzada leve en el pecho. Desabotoné la camisa para examinarme y vi una aureola verde que rodeaba la zona del corazón.

3 comentarios:

Hilario González dijo...

¡Qué bueno! ¿Le podrías decir a Ioshimi que pase por acá?

Me gustó "aspecto de una ratita" y también que se traslade sin caminar, aunque esto último me dio miedito. Yo desconfiaría del hombrecito.

Velas a Balzac dijo...

Un poco tenebroso, el pequeño sujeto oriental. Me hizo acordar al tipo sin cejas de Lost Highway...

Anónimo dijo...

impresionante!
no sé si me animaría a experimentarlo pero da curiosidad.