jueves, 1 de enero de 2009

Encadenado

Mi vecino guarda cosas que encuentra en la calle. Sale todas las mañanas con su carro a cuestas y vuelve a media tarde. A veces trae el carro lleno; otras veces, no tanto. Su casa tiene al fondo un gran galpón con techo de chapa que ocupa todo el ancho del terreno y mide como cuarenta metros de profundidad, hasta el corazón de la manzana. Allí, según supe, clasifica y ordena las cosas que lleva.
(…)
Esperé a que saliera. Escuché sus ruidos. Me aseguré de que se hubiera ido, puse una escalera contra la pared y me mandé por arriba de la medianera caminando como gato. Al final del galpón, encontré un hueco por donde pude bajar. Usé la última columna como escalera, empujé una chapa con un pie hasta que se dobló lo suficiente y me dejó entrar. Al principio no veía bien. Una luz difusa entraba por tres claraboyas pequeñas que tenían los vidrios muy sucios. Después de un rato pude ver dónde estaba. Era un bosque de estanterías metálicas colocadas en hileras; nueve hileras de unos cuatro metros de alto que ocupaban toda la longitud del galpón.

Los estantes estaban rotulados con letras y números en una especie de código. En los estantes había de todo: cabezas de muñecas, ruedas, marquillas de cigarrillos, botellas, (…) Me topé con una caja que parecía un costurero. Tenía un dibujo casero en la tapa: un mago con galera sostenía un conejo con una mano. El hombre usaba un bigote finito y me miraba con unos ojos pícaros. Por un momento me pareció que me había hecho un guiño. Un cartel en letras rojas cruzaba la tapa: “Todos los Olores”. La agarré con ambas manos. Era más liviana de lo que parecía. La observé por todos lados: tenía una trabita de metal para levantar la tapa. No pensé y la abrí.

Adentro había sobrecitos de papel con etiquetas escritas a máquina. Cada una indicaba un olor distinto. Pasé los dedos. “Azucena”, “Bife”, “Gladiolo”, “Humo”, “Libro”, “Mercado”, “Orégano”, “Pescado”, “Plasticola”, “Sopa” (…) Con mucho cuidado tomé el sobrecito que decía “Mamá” y lo abrí. Mi mamá no olía así. Era como ajo, aceite, perfume floral y leche, todo mezclado, pero se podía distinguir cada uno. Igual, de alguna forma, me hizo acordar a mi mamá. Un recuerdo empezó a seguir a otro y a otro y otro. Creo que me dormí o me desmayé. Tuve un sueño muy real, con mi vieja, en la casa de Palermo y mis hermanos y también estaba mi viejo. Estábamos comiendo milanesas con puré. Había un sifón de vidrio y un jugo para diluir. La tele era blanco y negro, estaban pasando una película de Tarzán (…)

Sonaba el timbre y me mandaban a atender. Pero yo no quería ir, hasta que mi papá ponía esa cara de o vas o te mato y fui. Era mi vecino, el vecino del galpón. Estaba muy enojado. Me agarró del cuello y me decía qué hiciste hijo de puta, por qué tocaste esa caja. Me desperté en el piso, debajo de una estantería. El vecino no dejaba de patearme.
(…)

1 comentario:

jonas dijo...

me gustan los detalles que das sobre la caja de olores.
eso del mago con bigotes finitos está bueno, es una imagen que llama la atención.
saludos, hilario