lunes, 12 de enero de 2009

Sigue encadenado

(…)
El loco de mi vecino me tenía encadenado a la pata de su cama. La cadena era de diez eslabones bastante grandes. Los conté varias veces mientras los usaba para rezar el rosario como me enseñó mi vieja. Era una cadena pesada que este tipo debió haber encontrado en el puerto. Uno de los eslabones decía GBR-10Oz. No sabía lo que significaba, pero pensar en esas cosas y otras por el estilo era lo que me mantenía con esperanzas o tal vez eran los rezos.
En el extremo de la cadena unos grilletes oxidados sujetaban mis manos y mis pies. Después de una semana de estar preso, tenía las muñecas y los tobillos lastimados. El loco me tenía amordazado y me ponía un cuchillo en la garganta mientras me daba de comer esa basura blanda y fofa que el mismo comía: una pasta seca con gusto a maní y a humo. Cuando quería hacer pis o caca le hacía una seña y me alcanzaba una palangana de lata. No dejaba que me limpiara. Tenía todo el culo paspado.
(…)
Cada tanto le agarraba la locura y me entraba a patear como cuando me encontró en el galpón oliendo esa caja de porquería. Ya vas a ver, me las vas a pagar, me decía todo el tiempo. Al principio sus golpes me hacían llorar y con gemidos le pedía que parara. Después me empecé a reír porque me di cuenta de que eso le sacaba las ganas. Hace días que le perdí el miedo. Si hubiera querido matarme ya lo hubiera hecho hace rato.
(…)
El otro día, cuando desperté, me estaba mirando desde un rincón de la habitación. Estaba todo oscuro. Sus ojos brillaban y se movían de un lado al otro. Tenía algo en sus manos, un palo o un hueso largo y una lata con manija. Cada tanto hacía un chasquido o puteaba y tironeaba de la cadena para hacerme doler. De pronto, le agarró la locura. Me la vas a pagar, culiado hijo de puta, me dijo y se levantó para pegarme. Metió un puntapié en mis costillas que me dejó sin aire. Ya encontré a la señalada, me susurró, vas a tener que sacarle su olor y si lo hacés bien, te juro que te suelto.
(…)

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