miércoles, 3 de septiembre de 2008

Ama de casa

Estaba sentada en el comedor cuando empezaron los
golpes. Parecía que iban a tirar la puerta abajo.
-Pancho! - llamé a mi marido - escuchás ?
No contestó. Sin levantarme de la silla, me fijé
si estaba puesta la traba. Enseguida empezaron los gritos:
-Policía ! Abran ! Policía !
Que va a ser la policía, pensé para mi, mirá si
les voy a abrir, con las cosas que pasan hoy en
día. No me moví. Me sentía mareada.

Los golpes pararon. Me acerqué a la puerta y miré
por la mirilla: dos grandotes, de uniforme y
gorra. Parecían policías nomás. Estaban parados
en el pasillo, como esperando. Detrás había un
grupo de gente, vecinos del edificio. Volví a
sentarme. Me puse a pensar que tenía que limpiar
todo, y estaba tan cansada.

Al rato escuché el ruido de una llave en la
cerradura, trataban de abrir. Por la mirilla se
veía al encargado que forcejeaba con la llave
maestra. Apenas hice a tiempo a echarme hacia
atrás cuando uno de los grandotes se tiró contra
la puerta y, de un golpe de hombro, arrancó la
cadena del pasador. Los policías entraron. Me
pareció que ocupaban todo el comedor.
-Pancho, vení, que están adentro!- grité. Donde
se había metido ése, que no me escuchaba.
Los policías me miraban de arriba abajo. Ahí me
di cuenta que tenía en la mano la cuchilla
grande, la de cortar la carne. Me dolía la mano
de tanto apretar el mango.

-No se asuste señora, - dijo el policía que había
empujado la puerta, sin acercarse. El otro, que
parecía más jovencito, se fue para adentro del
departamento. Y Pancho que no aparecía, que nunca
está cuando lo necesito. El policía viejo no me
sacaba la vista de encima. De golpe sentí que me
agarraban de los hombros. No se cual de los dos
me agarró, cual me sacó el cuchillo. La gente se
asomaba por la puerta entreabierta.
-Afuera, que aquí no hay nada para ver, gritaba
el policía. La del tercero, que es amiga mía,
igual se metió. Me miraba con cara de loca.
De repente se puso a gritar.

El más jovencito me dijo:
-Vamos, señora, nos tiene que acompañar. Me tenía
agarrada del brazo, como una pinza. Le pregunté
si podía cambiarme. No me dio tiempo. Solo pude
sacarme el delantal que tenía todo sucio,
todo manchado de sangre.

Maria Elena Spina

4 comentarios:

Hilario González dijo...

Bueno, qué bueno, qué sutil y con cuchillos y con sangre y todo y policías golpeando puertas, pero sutil.

Velas a Balzac dijo...

¿Mujer de la esquina colorada?

Anónimo dijo...

cuánta sugerencia

N. H. dijo...

La veo ahí, en su casa, con su cuchillo.
La veo, y eso está bueno.