lunes, 1 de septiembre de 2008

Ante la ley

Todo fue muy raro desde que empezó hasta que terminó, si es que la historia tuvo fin. Uno de los asistentes, digamos T, se niega a pagar. El perjudicado por esa actitud, acaso llamado M, quiere saber por qué, pero no obtiene respuesta. Insiste varias veces; consulta con el resto de los presentes, pero T no se inmuta. Dice que no va a pagar y que nadie le va a hacer cambiar de opinión. A la distancia, parecía convencido. Los testigos del hecho (en realidad, los compañeros de T) creen que se trata de una broma, de un ejercicio teatral o de un derrape mental, no están seguros. Observan la escena, apenas intervienen para responder con monosílabos a las preguntas de M. Pero M no sabe qué hacer: tarda unos minutos en darse cuenta que T no le va a pagar lo que le debe, y que los demás, que sí lo hicieron, no van a ayudarlo. Insiste, esta vez con un tono de voz más fuerte, acaso agresivo, pero nada. Entonces le advierte a T que si no le paga va a llamar a la policía. T festeja la ocurrencia, con un dejo de cinismo que irrita a M, pero que pone de su lado al resto. Sin otra salida, M cumple con lo dicho: levanta el tubo y llama a la comisaría; con un pretexto vanal, logra que le prometan un oficial en los próximos minutos. T aprovecha la espera para ir al baño, en un gesto que algunos interpretan como un alarde de descaro. No pasa un minuto de su regreso a la escena cuando suena el timbre; M, apurado, hace pasar al policía. Le explica rápidamente el problema, le expone su situación, le invita a conocer el testimomio de los presentes, le ofrece también un mate. El policía declina la oferta, pero acepta una silla. Deja caer su cuerpo gordo en el asiento y le pregunta a T, sin vueltas, si es verdad lo que afirma M. T lo admite, pero impone una objeción. Dice que va a pagarle a M cuando le salga un cuento. El policía no entiende. Súbitamente todos notan que el oficial ignora qué clase de pago está reclamando M. Le dicen. El policía tose, se rasca la cabeza, mira para todos lados. Se siente desorientado, rodeado de personajes cuyos oscuros secretos no logra entender. Pero en su confusión encuentra un halo de claridad y propone una salida al entuerto. Dice: “Mirá, pibe, hacemos así: vos me dás a leer un cuento, y si está bien, le pagás al tipo este. Sino, te podés ir. ¿Estamos?”. T acepta. Revuelve entre sus papeles hasta dar con el que cree que es su mejor cuento y se lo estira al policía.


Velas a Balzac

3 comentarios:

N. H. dijo...

¿Y después? ¿Qué máaaaaaaaas?

Anónimo dijo...

¿cómo sería el cuento?
intriga

Hilario González dijo...

T tenía intención de pagar, de otro modo no hubiera buscado su mejor cuento... aunque habría que ver si eso coincide con el criterio del policía.