martes, 23 de septiembre de 2008

Historia de Yu Tsun, el que ve más lejos

Los grandes eventos deportivos, como los recientes Juegos Olímpicos de Beijing, proponen a nuestra imaginación una galería de héroes, a la manera de las antiguas celebraciones perdidas en el tiempo de los griegos. Pero muchas veces, el éxito y la consagración no les corresponden a los preferidos de los dioses, como fue el caso de Yu Tsun, la malograda estrella del equipo chino de tiro al blanco, cuya historia merece ser contada.

Yu Tsun pertenecía a una familia consagrada ancestralmente a las destrezas de la puntería: un lejano antepasado suyo, Ming Tsun El Perfecto, sirvió en los Ejércitos Imperiales hace veinticinco siglos; un descendiente de éste, Tsunami Wang Tsun, comandó la legendaria defensa de los invasores mongoles, gracias a que su notable vista le permitía predecir las posiciones del enemigo. Así, Yu Tsun (del que veníamos hablando) no defraudó la tradición familiar al revelarse como un dotado tirador, lo que prontamente lo llevó a integrar las selecciones nacionales de ese deporte. Y para coronar la gloria que su estirpe siempre le había brindado a la nación, Yu tuvo la oportunidad de liderar el equipo olímpico que habría de participar en los Juegos a realizarse bajo su propio sol.

Pero los dioses, que ponen piedras en el camino de los hombres y montañas en el de los héroes, decidieron intervenir en el dorado sueño de Yu Tsun. A falta de un mes para el inicio de la competencia, un desafortunado accidente le provocó la pérdida de un ojo: una chispa saltó a su cara cuando controlaba la comida, y Yu Tsun sintió que la oportunidad que su linaje le había otorgado le era quitado por una humeante sopa de hierbas.

Desorientado, sin saber en qué confuso episodio del destino había caído, Yu viajó tres mil kilómetros por los caminos de su país, hasta la remota provincia de Fing-Chuan, donde sus antepasados habían residido generaciones atrás. Cuando llegó a la pequeña aldea, un anciado lo interpeló: “Tu eres Yu Tsun, descendiente de Ming Tsun El Perfecto, cuyas flechas hacían brillar los ojos del Emperador –le dijo–. Los dioses te han enviado una señal, oh gran Yu Tsun, es preciso que la conozcas”. Y así, lo llevó a través de un bosque hasta un claro donde ardía una pequeña fogata; le ordenó sentarse y le puso en la mano un curioso objeto puntiagudo, con la orden que lo mantuviera apretado. Entonces el viejo dijo: “Yu Tsun, la gloria que te espera no llegará sino pasas la prueba que te ha sido encomendada. Si los hombres comunes necesitan dos ojos para ver, entonces los grandes no necesitan ninguno. Entiende que lo que tienes que ver no es menos visible si has perdido la vista, gran hijo de Ming Tsun El Perfecto, porque tu destino sólo podrás verlo cuando nada del mundo te distraiga de él”. Luego agregó unas oraciones en un chino impronunciable, que Yu Tsun no entendió, y se perdió entre los árboles. Al sentirse solo, en el silencio irreproducible de un bosque habitado por los fantasmas del destino que lo estaban convocando, Yu Tsun comprendió lo que tenía que hacer: con un gesto decidido, tomó la daga que el viejo le había entregado, la apoyó con delicadeza en una brasa ardiente y se la llevó a su único ojo sano. El dolor lo hizo desmayarse. Cuando despertó (el sonido del viento le informaba que ya había amanecido), se puso de pie y comenzó el regreso a su hogar. Tenía cuatro años para preparase: su misión era vencer a los que tenían los ojos abiertos, pero no el designio de los dioses.

Velas a Balzac

4 comentarios:

N. H. dijo...

Lograste bien el clima: vi a un viejito diciéndole cosas a Yu, con subtítulos.

Pero siempre me dejás con ganas de saber qué pasó después.

Hilario González dijo...

Pasó que finalmente clasificó para los JJOO... para los paralímpicos.

Me gustaron las palabras del anciano.

Las manos sucias dijo...

Delicado como el ruido de la brisa que despierta al viejo en el bosque.
Lo del linaje, esencial.

Anónimo dijo...

¡Qué labia tiene el viejo!