lunes, 8 de diciembre de 2008

Bienvenida

Cuando la vio aparecer en el andén, lo sorprendió que hubiera engordado tanto.
–Silvio, casi no te reconozco. ¿Qué hacés con esa barba? En casa están los primos, vamos y después ves.
Su diálogo interior se transformó en un monólogo que repetía: “no fue a esta mujer a quien llevé al aeropuerto”.
–Silvito, no te imaginás lo contenta que está la Nelly con tu visita.
Cuando Carla terminó la oración, Silvio intentaba olvidar que su debut sexual se había convertido en un gorila rubio. La gente va cambiando, todo el tiempo, a cada rato pero no creía que Carla estuviera tan descuidada. Las fotos que mandaba por Internet estaban photoshopeadas o de ángulos raros, ahora entendía.
“Hija de puta, con photoshop me hizo subir a un tren y venir hasta acá”.

Ahora lo único que deseaba era que su hermana Nelly, quien lo iba a alojar, no siguiese tan amargada como siempre. Y que hubiese preparado un asado, eso sí: “Si no hay polvo, hay asado”.
Se sentaron a la mesa; Silvio, entre Carla y Nelly. Las dos le acariciaban las piernas. Desesperado, entre el asco y el placer, se paró a buscar la sal. Ahí se puso a charlar un rato con el marido de la Nelly para atrasar un rato la vuelta a la mesa. Parecía que ahora las dos estaban peleando. Y la verdad, que entre tanta gorda fulera, el marido de la Nelly le empezó a parecer lindo tipo.
A la noche, en esa piecita de mala muerte que le dieron, entraron los tres y se dio cuenta de que estaba todo preparado de antemano.

2 comentarios:

Hilario González dijo...

El destino teje y traba lo suyo, pero la voluntad de las mujeres es una fuerza superior.

N. H. dijo...

Pero a mí me parece que Silvio terminó pasándola genial.

Ni hablar de ese chorro que emana del edificio...