martes, 9 de diciembre de 2008

Hippismo

Me habían dicho mil cosas maravillosas sobre el lugar pero, ni bien pisé, me sentí por demás decepcionado. Es que me había hecho la idea de que llegaría a una especie de paraíso y la verdad... Esa plaza de pueblo con iglesia, municipalidad, teatro y comisaría no prometían más que embole.

“Al mal tiempo buena cara”, dije y me uní a un grupo de hippies tomando mate. A la semana ya sabía tejer con hilo de cera y hacer malabares. Me ganaba las monedas en la Terminal vendiendo mis primeras artesanías y ya había aprendido a liar fasos.
La barba y el pelo me crecieron relativamente rápido. Me vi a mí mismo como un hombre-camaleón, capaz de adaptarse a cualquier entorno. “Soy Zellig”, me dije, y eso me puso contento.
Así, eufórico, llamé a casa para saber cómo iba todo. Hablé con mi viejo:

- Rodolfo está en cana y tu hermana quedó embarazada.

La filosofía hippie me impulsó a prender uno y olvidarme de ellos. Ya me veía en camino a transformarme en uno de esos cincuentones patéticos , de colita y pelo gris. Y, a decir verdad, la idea me encantó y empecé a planear superar a mis hermanos: yo solito y solo caería en cana y además embarazaría a una pendeja.
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me dan ganas de hacerme jipi después de leerlo. "Hombre-camaleón" me mata.

mariana roca dijo...

A la semana ya sabía tejer con hilo de cera y hacer malabares.

Esa frase es brillante.

Velas a Balzac dijo...

Se escribe hippie, pero se pronuncia jipi o gipi.

Anónimo dijo...

es un riesgo permanente en ciertos destinos, tentador